domingo, 31 de diciembre de 2017

31 DE DICIEMBRE DE 2017


Las horas, los minutos, los segundos, van pasando, para algunos muy deprisa, para otros, lentamente, y con ello, otro año se va. Muchos no han llegado al último peldaño de esta escalera de 365 escalones, se han quedado a mitad de camino y otros muchos han puesto los pies en la escalera por primera vez. Así es la vida, un continuo engranaje, una rueda que gira y gira en ininterrumpido tránsito. Esta noche, cambiaremos la escalera, ya casi desgastados los escalones y pondremos otra nueva, una que sea fuerte, que pueda con nosotros cuando vayamos demasiado cargados, que soporte nuestras alegrías, nuestras tristezas, nuestros amores y desamores, nuestras enfermedades, y nuestra voluntad, una con barandas calientes para cuando tengamos las manos frías y cambien a frías para calmar nuestros ardores.
No cabe duda de que, esa nueva escalera hay que ir construyéndola mientras subimos la anterior, para no subir por una con tablones débiles  y que no estén reforzados, no vaya a ser que con cualquier pequeña carga se nos rompa y nos haga caer al vacío; no, hay que ir construyéndola mientras ascendemos la vieja, para cuando llegue el momento del cambio, podamos poner el primer, el segundo, el tercer pie, uno detrás de otro con firmeza y sin miedo, pues sabemos que nos van a soportar con solidez y estabilidad.
Desde mañana, empezaré a usar la nueva escalera de 365 escalones, es mejor empezar a subir con ganas y empezaré a construir la del 2019 con perseverancia, eligiendo los mejores materiales, así que ya me dan ganas de ascender con ilusión, con tesón, con constancia y sobre todo, con paciencia.
Ya estoy en el último peldaño, ya estoy preparada para pisar la nueva y… ascender.

Ana Chaceta

viernes, 22 de diciembre de 2017

¡Dame paciencia, Señor!


¿Cuánta paciencia hay que tener? Es como estar con una niña caprichosa que se tiene que salir con la suya siempre. Ayer estaba medio enfadada, porque Milagros (su segunda cuidadora, yo soy la primera), viene cada tarde para salir a pasear e ir al club social con ella hasta las nueve de la noche más o menos y siempre viene con unos chalecos de invierno, de estos acolchados muy monos y los tiene en rojo, beige, azul y uno estampado también en azul muy bonito. Pues yo le había comprado a mi madre uno negro, porque no tenía ninguno y era el color más apropiado viendo su vestuario, y al principio le encantó, pero cuando Milagros empezó a traer chalecos de diferentes colores, pues ahora ya no quiere el negro, ahora quiere que le compre -pero ya- uno de color, porque a ella nunca le gusto el color negro, etc. etc. Antes estaba mirando los números de lotería para ver si le había tocado algo para comprarse el chaleco, o que le iba a pedir prestado el dinero a Milagros, sinceramente, es como una niña muy malcriada.
Ya su falta de memoria es muy aguda, así que por más que le explique las cosas, por más que intente hacerle entender alguna cosa, no hay manera. La veo limpiando el baño con la escobilla (la pobre es que quiere sentirse útil y en su intento hace las cosas a su gusto, que no es el mío), le digo: “mamá, deja que el baño yo lo limpio, que tengo que darle con lejía”. Pues otro enfado, que si ella no hubiese limpiado nunca…, total, que fue a por la lejía y se puso a limpiarlo. ¡Santa paciencia, no me abandones! No quiere parecer en ningún momento que ella no colabora, ella quiere hacer más que yo, y es imposible de esa manera tener un control de mi casa, porque si ella te ha colocado algo de alguna manera, yo no lo puedo rectificar, si es que quiero tener la fiesta en paz. Acabo de decirle que voy a limpiar el piso y me dice: “no, hoy no lo limpie, límpialo mañana. ¿? ¿Y si quiero hacerlo hoy y no mañana? Pues nada, aprovecharé que se la lleve Milagros esta tarde y ahí repasaré el baño, limpiaré el piso y llamaré a algún amigo o amiga para tomarme una copa y respirar un poco de aire de libertad.

Ana Chaceta

jueves, 21 de diciembre de 2017

MI LORITA



Alguna vez pensé en comprar un loro (cosa que nunca hice), me gustó cuando en alguna ocasión, o en algún lugar, lo escuché hablar, pero la naturaleza es muy sabia y cuando no lo llegué a comprar fue por algo, yo no sabía que con el tiempo, iba a tener uno en casa: mi madre. ¡Cómo habla! Más que un loro, nunca mejor dicho. Habla sin tino, me cuenta las mismas historias una y otra vez, yo la miro como el perrito que movía la cabeza, si, ese que iba detrás en el coche, que tú desde tu coche lo veía mover la cabeza siempre asintiendo en el coche de delante,  pues yo, igual, me habla y la escucho moviendo la cabeza hasta que alguna vez su relato me sirve de arrullo y me voy quedando dormida y entonces se enfada y no me queda otra que abrir bien los ojos. Yo me río, y es que tengo que reírme porque, ¿qué otra cosa puedo hacer? No le puedo tapar la cabeza con un trapo negro para que no hable.
Yo alucino viéndola, sobre todo cuando habla por teléfono con las amigas o con su hermana o su cuñada, miente más que habla, se inventa vivencias que yo me quedo mirando y le hago una señal como diciendo: “¡mamá!”, y ella me hace un gesto con la mano como diciendo “déjame tranquila”. Por eso, cuando me habla a mi de ellas no me creo nada.
Es increíble cuando la oigo que le dice a su hermana: “Pues a Pepa (la cuñada de ambas), le han mandado un aparato en la espalda para el dolor (las tres rondan mas o menos la misma edad, aunque mi madre presume que ya tiene 90 y ellas aún no) y la pobre está fatal”. Y yo me pregunto ¿de dónde se sacó ella ese “aparato”? que yo sepa solamente le mandaron unas pastillas y una pomada, pero ella le encasquetó un aparato imaginario que se inventó y se lo puso en la espalda. O le dice: “no, mi hija está fatal, acostada con un dolor desde ayer” y yo, que soy esa hija, sentada al lado de ella haciendo punto. Y como esto, se inventa montones de historias, que a mi me hacen reír mientras la escucho. La apariencia de una niña traviesa esconde su deterioro cognitivo. Aunque sé que son situaciones para entristecerte porque, ves como avanza su demencia, no deja de ser la convivencia del día a día, y no me puedo permitir ni por ella ni por mi estar triste todo el día, no le hago daño por sonreírme, todo lo contrario, para ella es como si estuviera haciendo una perrería si ve que me río y entonces, ella también se ríe.
Tiene historias aprendidas, como si las hubiera sacado de un guion y esas, las relata “casi” sin improvisar, debe de ser por estar tantas veces contadas, pero otras te las cuenta cada vez, con algunos cambios  en el argumento.
En definitiva, mi madre tiene ahora mismo una única verdad, y es lo que ella dice, inventado o no. Así que disfrutaré de mi lorita particular y de sus distorsionadas historias porque lo verdaderamente importante es oírla.
Ana Chaceta


lunes, 18 de diciembre de 2017

¡A DORMIR!

Son las 0:13 horas y acabo de acostar a mi madre, y allí está rezongando, porque quiere que yo me acueste a la misma hora que ella, juntas para todo, la oigo que me dice: “no apago la luz hasta que tú no te acuestes. Ven ya”. Y yo le digo desde mi sillón de escritorio: “mamá, que ahora voy, y es entonces cuando se establece un diálogo de besugos, porque la pobre está sorda como una tapia y me hace repetirle y repetirle las cosas hasta cuatro y cinco veces, terminé yendo a su cama para decirle que me había puesto a escribir un poco y me dice: ¿Ahora te vas a poner a escribir? Acuéstate ya.
La noche es un ritual, la cena, las pastillas, el pañal, su cama… Aunque tengo que decir que ella es bastante independiente, solamente la tengo que ayudar en contadas ocasiones, y que otras muchas, son las que ella me ayuda en la casa, pues aún, gracias a Dios, se maneja bien sola y eso hace que tampoco para mí sea una labor pesada, ni muchísimo menos, todo lo contrario, le agradezco todo lo que ella me quiere ayudar. No le puedo reprochar que se deje el grifo abierto, ni que gaste papel higiénico y servilletas de una manera exagerada, me da igual, su cabecita ya no da para más. Me decía mientras estábamos en el ritual nocturno de ir a dormir: “Con lo bien que estabas tú sola, ahora conmigo aquí y con todo este trabajo”. Yo le decía que ella no me estorbaba, que estoy muy contenta de que esté conmigo y más aún cuando la oigo decir que es muy feliz.
No sé si se habrá dormido, pero por lo menos está calladita en su cama y es ahora cuando me remonto a años atrás, cuando yo disfrutaba de estos momentos, momentos donde no era mi madre, sino mis hijos los que dormían en sus respectivas camas después de cualquier día de nuestra convivencia. Son momentos donde escucho el silencio, donde todo descansa y respiro ese aire de satisfacción por el deber cumplido, y además cumplido con el máximo amor que sé dar.
Ella ha cambiado muchísimo, no sé si por el tratamiento para la depresión, si por que su adaptación al nuevo medio -mi casa-, o su adaptación al entorno social nuevo… lo cierto es que, me dice constantemente que es feliz, y de verla llorando y muy triste y amargada a verla como está ahora… siento que yo también soy feliz.
Parece que se durmió, tiene una facilidad para quedarse dormida según se acuesta asombrosa, como dice ella, no llega ni a la mitad del Padrenuestro. Y yo, creo que voy a imitarla, aunque no me duerma con tanta facilidad, pero ya es hora del descanso, mañana será otro día.



EN SU LINEA

Hace más de dos meses que no escribo nada sobre mi madre, y no es precisamente porque no haya ocurrido cosas, que pasar han pasado, p...