miércoles, 15 de agosto de 2018

CAMINANDO



Hace un año, cuando yo vivía sola, veía la edad que tengo de una manera diferente a como la veo ahora. Pudiera ser que fuera por verme la mayor de la familia, por ser yo la punta de la pirámide, pero ahora que vive mi madre conmigo, me veo joven, quiero decir que, no estoy arriba, que arriba está ella con sus 91 años. Parece una tontería, pero es lo que percibo, el tener a mi madre al lado es como si a mí me descargara de un peso ficticio, y me veo más joven. Mientras vivió en otro lugar, lejos de mí, no sentía yo esta percepción. Antes yo era “la madre” y ahora, aunque lo siga siendo, también soy “hija”, aunque para mi madre, en su mente, me vea más como una cuidadora que como su hija. Ahora cuando me he puesto enferma con catarro o con algún dolor lo que dice es que si yo me pongo mala ¿quién la va a cuidar a ella? La preocupación por mi es secundaría.
Cuantas sensaciones y cuantas enseñanzas me están ocasionando el estar junto a ella. No puedo decir que “siempre” y “todo” sea positivo, puesto que a veces me siento muy estresada y con ganas de irme a una montaña y ponerme a gritar como las locas, pero luego, me tranquilizo y busco lo positivo que tiene esta situación y me doy cuenta de que, siempre es bueno en cualquiera etapa de nuestro destino tener al lado a alguien que te haga más fácil el camino, y poder ser yo la que conduzca a mi madre en este sendero oscuro llamado Alzheimer  me hace olvidar cualquier contratiempo.
Y aquí seguimos, caminando.

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