Hace un año, cuando yo vivía sola, veía la edad que tengo
de una manera diferente a como la veo ahora. Pudiera ser que fuera por verme la
mayor de la familia, por ser yo la punta de la pirámide, pero ahora que vive mi
madre conmigo, me veo joven, quiero decir que, no estoy arriba, que arriba está
ella con sus 91 años. Parece una tontería, pero es lo que percibo, el tener a
mi madre al lado es como si a mí me descargara de un peso ficticio, y me veo más
joven. Mientras vivió en otro lugar, lejos de mí, no sentía yo esta percepción.
Antes yo era “la madre” y ahora, aunque lo siga siendo, también soy “hija”,
aunque para mi madre, en su mente, me vea más como una cuidadora que como su
hija. Ahora cuando me he puesto enferma con catarro o con algún dolor lo que
dice es que si yo me pongo mala ¿quién la va a cuidar a ella? La preocupación
por mi es secundaría.
Cuantas sensaciones y cuantas enseñanzas me están
ocasionando el estar junto a ella. No puedo decir que “siempre” y “todo” sea
positivo, puesto que a veces me siento muy estresada y con ganas de irme a una
montaña y ponerme a gritar como las locas, pero luego, me tranquilizo y busco
lo positivo que tiene esta situación y me doy cuenta de que, siempre es bueno
en cualquiera etapa de nuestro destino tener al lado a alguien que te haga más
fácil el camino, y poder ser yo la que conduzca a mi madre en este sendero
oscuro llamado Alzheimer me hace olvidar
cualquier contratiempo.
Y aquí seguimos, caminando.
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