Ayer me dio por hacer limpieza en los
roperos, tirar lo viejo e inservible, porque guardamos ropas y cosas por años,
que no nos ponemos, y solamente ocupan un lugar que es necesario para todo lo
nuevo. Así que me puse a ordenar y vi un albornoz verde que mi madre no usa,
ella tiene tres para su uso y ese lo tenía hecho un ovillo en un rincón de su
ropero así que le dije: “mamá, me quedo con este albornoz para la piscina”, y
ella me dijo: “coge lo que quiera, lo que yo tengo es tuyo” (a veces me dan
ganas de comérmela a besos), (y otras, de darme cabezazos contra la pared) Esta
mañana me pongo a guardar las mantas que
eran para subir al altillo del ropero y no veo el albornoz verde. Le pregunto a
mi madre si lo ha visto y ella dice que no. Empieza la búsqueda del dichoso
albornoz. Mi casa es pequeña, solamente hay dos roperos el de mi madre y el mío
y nada más. Por más que buscaba, el albornoz verde estaba desaparecido. Mi
madre había hecho las dos camas y no sé por qué me dio por mirar debajo de la
almohada y “Bingo”, el albornoz bien dobladito debajo de mi almohada. ¡Mamá! La
llamo, ¡ya apareció! Porque a todas estas, ella también lo estaba buscando, en
todos los cajones, en su ropero… ¿Dónde estaba? Me pregunta ¡¡Como si no lo
hubiera guardado ella!! Le digo que debajo de la almohada y me dice: “pues yo
no lo he tocado”. Le digo: ¿pero, tú no hiciste la cama? Y me dice: “sí, pero yo
no he visto el albornoz.
¿Qué voy a hacer? Así tengo algunas
cosas “perdidas” que creo que algún día encontraré, si no las ha tirado a la
basura. ¿Pero saben qué? Verla cantando mientras va de un lado a otro de la
casa, trasteando, no tiene precio.
Ana Chaceta
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