Es tan pequeñita y está tan cansada, que cuando se queda dormida, cuando
duerme su intranquilidad, se me despierta ese cariño que a veces se va a tomar
un café cuando estoy saturada de su rebelión. El amor nunca se va, pero como
digo, a veces me dan ganas de darle un grito, cosa que jamás he hecho, ni haré.
Ella sí los da, cuando saca su mal carácter y su intolerancia, si lo da, pero
yo me tengo que reprimir y darme cuenta de que un camino de 90 años es muy
largo y un cerebro tan pequeño tiene demasiada información, carpetas que guardaran
pensamientos que, desgastados por el tiempo, los recuerda distorsionados, y
hasta los últimos, esos que pasaron hace pocos meses, ya también los
distorsiona. Ya defiende mentiras que para ella son verdades, o quizás lo que
hace es envolver los hechos con su particular modo de ver las cosas.
Ahora estoy viviendo el día a día de una persona nonagenaria, mi madre, nunca
lo había hecho puesto que de todos los años que he vivido, solo he compartido
con ella nueve años, pero ahora, veo como se aferra a la vida, tiene miedo a
morir, no ese miedo que podamos tener todos, sino, esa posibilidad que está
casi inminente y es muy triste. Le gusta sentirse útil, porque con ello -me
parece a mí-, se siente más viva.
Ayer tomándome una cervecita con las amigas, hablábamos de las madres,
algunas de mis amigas han pasado o están pasando por la situación que estoy
pasando ahora yo, y al final de la conversación llegamos todas a la misma
conclusión, están todas cortadas por la misma tijera, tienen todas el mismo
patrón, porque contábamos cualquier anécdota y era exactamente lo mismo que le
pasaba a alguna de ellas. También comentábamos que ese mismo patrón del que hablábamos
no sirve para los hombres; las que habían cuidado a sus padres en vez de a sus
madres, comentaban que sus padres eran tranquilos, que ellos se iban a jugar
con los amigos, o se sentaban en un sillón en casa tranquilitos, pero que no
tenían ese carácter voluntarioso y la mayoría de las veces hasta agresivo de
las “madres”. Guerreras hasta el final. Aunque alguna diría que “porculeras”
hasta el final.
Hay excepción a la regla siempre, pero creo no estar demasiado equivocada
con esta estadística.
Ahora estoy viviendo situaciones que viví en mi pubertad con ella, me dice:
“A ver si no dejas las cosas por medio, cuando te quites las pulseras ponlas en
su sitio” o “La sopa se hace así, y así, tienes que ponerle esto y aquello…” Si
he criado a mis tres hijos, tengo una nieta de diez años, ¿habré hecho sopa yo
ya en mi vida…? “Tienes que recoger la ropa, guardar la que te he doblado,
bajar la basura…” Yo puedo jurar que, todo eso lo he hecho a lo largo de mi vida
sin que ella me lo dijera, pero… es lo que hay. Por eso, cuando la veo
dormidita en su sillón, tan indefensa como un bebé, me conmueve muchísimo, y
pienso que ha tenido una vida dura, vivió de pequeña una guerra, la posguerra,
y situaciones que están como digo guardadas en su pequeña cabecita, ¿quién
puede osar a levantarle la voz? Desde luego, no voy a ser yo.
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