No siempre son
pesares, a veces nos reímos mucho juntas como esta mañana. Me desperté con una fuerte
afonía que se resiste a marcharse pues la estoy padeciendo desde hace tres días,
me sentía fatal, me dolía muchísimo la garganta y tenia un mal cuerpo increíble,
un frio… Quise hacerle ver a mi madre que podía ser útil cuidándome, pues yo necesitaba
mimitos. Teniendo en cuenta que a mí no se me entendía casi nada y que ella es
bastante sorda, pues la situación fue muy chistosa. La llamé afónica perdida: “mamá”
(tres o cuatro veces), cuando me oyó,
vino a la cama y le digo: “mamá mira… ¿Qué? Escucha… si, dime… mira, en el
bolso de las medicinas… ¿Qué?... ¡mamá! ¿Qué? … que en el bolso de las
medicinas hay un botecito amarillo… ¿Qué?, que en bolso hay un botecito
amarillo tráemelo por favor. La veo que se da media vuelta y al momentito la
oigo como una letanía “un bolso amarillo, un bolso amarillo, un bolso amarillo”.
Estaba buscando lo que ella entendió, un bolso amarillo. No podía dejar de
reírme con el dolor de garganta y todo. Me levanté y se llevó un gran susto
porque no me esperaba y le dije: esto mami, este botecito amarillo (la
lizipaína), nos reímos las dos con ganas y tuve que darle besos y es que la veo
tan indefensa…
Hoy duerme feliz,
fue a visitar a sus amigas al club, en Maspalomas, la llevó una de sus nietas y
vino cansada por el viaje, pero feliz. Ya no le molesta que la ventana esté
cerrada, lo que creo que significa que vamos superando etapas.
Se me presenta un
nuevo reto, poco a poco tengo que aprender o mejor dicho enseñarle a ella el
desapego, porque ahora mismo no quiere hacer nada sin mí. Pero, como he dicho,
poco a poco.
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