La verdad es que
nada de la convivencia tiene desperdicio. Es un amplio abanico de anécdotas que,
o le pasa algo a ella, o me pasa a mi por ella, o nos pasa a las dos… Lo cierto
es que es una fuente de ideas, que dicho sea de paso, me viene fenomenal, pues
mis musas estaban de viaje desde hace algún tiempo.
Hoy les contaré
una anécdota en la que me tuve que reir. Fui a hablar con la trabajadora social
para el tema de mi madre, puesto que hay que empezar a arreglar papeles para la
Ley de Dependencia desde ya, ahora que aún camina y como puede, se defiende todavía.
El refrán de “Las cosas en palacio, van despacio” aquí viene que ni pintado,
puesto que empiezas a tramitar papeles hoy y te conceden la ayuda al año mas o
menos, cuando algunas de las personas necesitadas ya han pasado a mejor vida.
Pues como les decía, hablando con la trabajadora social, aparte de informarme
muy bien, diciéndome paso a paso lo que debía de hacer, tras mi pregunta de si
sabía de algún club de mayores para entretenimiento, me dijo que no, pero que
alguna vez oyó de uno que por cierto estaba muy cerca de donde nos encontrábamos
y que me podía pasar por allí a ver… Y eso hice.
Me encontré ante
una puerta muy alta, de una casa antigua; no vi ningún letreto anunciante de
nada. La puerta no estaba cerrada del todo, empujé y cedió y entré en un zaguán
de techo alto y pintado todo de blanco, unos tres o cuatro escalones y al lado
una rampa, pensé: “está preparado para las sillas de ruedas”, enfrente una
puerta normal -que comparada con la de la entrada parecía pequeña- estaba
cerrada; me fijé y vi una mirilla con un timbre y toqué. Sin que nadie contestara,
la puerta se abrió. ¡Oh! ¡Que contraste! De un zaguán blanco y frío pasé a la
antesala de un ascensor donde la luz se había convertido en penumbra, las
paredes decoradas en brocado rojo y negro -al menos a mi me lo pareció- una
lampara calada de artesanía marroquí colgaba del alto techo, y nadie… Yo me a
treví a decir dos o tres veces “Hola… Hola… Hola…” Solo vi la opción de usar el ascensor, y así lo
hice. Solo un piso, no había más plantas, pulsé y se abrió ante mi un espacio
vacío enorme, con los techos altos, la misma decoración de paredes brocadas en
rojo y negro un olor ¿sensual?, y una música árabe de fondo, muy agradable…
Hola -me dijo una chica que apareció por allí- y le contesté: “Hola, buenos
días, mire mi dijeron que aquí había un local para mayores”, enseguida me respondió:
No… ya no está. Estuvo aquí, pero ya no. La verdad, es que el sitio me impactó,
pensé que era un club marroquí o algo parecido y la curiosidad pudo más que la discreción
y le pregunté: Perdona… ¿Este sitio que es? Y me contestó: Un prostíbulo. - ¿En
serio? Le dije – Y con una sonrisa me lo afirmó. Yo solo le
sonreí también y me despedí. Lo cierto es que me quedé con ganas de ver más,
porque el sitio era extraño y bonito.
A lo mejor, a mi madre, con lo alegre que es (a veces) le hubiera gustado a
sus 90 años estar en ese lugar mejor que en el de los ancianos, creo que se lo
hubiera pasado mejor, y eso mismo pude corroborarlo cuando se lo dije, me dijo
justo lo que yo pensaba...