Por diferentes motivos, mi madre nunca
ha tenido que administrar un sueldo, siempre lo han hecho por ella, nunca ha
sabido manejar el dinero, por lo tanto, no le da ninguna importancia. A ella lo
que le gusta son los billetes de cincuenta (como dice ella), mientras tenga un billete de cincuenta para gastar, es feliz; lo que pasa es, que cada
vez que le doy uno, pues no sé lo que hace con él, porque aparte de pagar algún
cortado que otro, ella no tiene gastos, pues los que tiene de arreglo de pies y
manos y peluquería o cualquier ropa o calzado lo compro yo, pero, tiene una
costumbre, que no se si es de antes o de ahora que es que guarda, o mejor
dicho, esconde el dinero y a lo dos o tres días me dice que ya no tiene dinero.
Pero no se cansa de decir que ella no gasta nada, que ella con diez euros tiene
para el mes y si me hace falta me lo da. Ya lo sé, todo es surrealista, nada tiene
que ver con la realidad, bueno, con su realidad sí. El Alzheimer avanza, y ya
cada vez se acuerda menos de las cosas que acaba de hacer, por lo tanto, no se
acuerda que lo guardó y mucho menos, donde. Y cuando le pregunto en qué se lo
ha gastado, se coge unos cabreos impresionantes. Milagros, la señora que está
con ella todas las tardes, de lunes a viernes, desde las cuatro hasta las diez
de la noche (está encargada de llevarla todas las tardes a un club social donde
juegan a la lotería y a las cartas), me comenta que a veces le dice que se
adelante y la ve que le da dinero a algunas personas. Yo flipo, porque es
imposible hacerle entender ni esto, ni nada, entonces lo que tengo que hacer es
aguantar su enfado sin hablarme, hasta el otro día que se levanta de la cama y
ya no se acuerda de que estaba enfadada conmigo.
A veces nos reímos, no de ella, por
supuesto, sino con sus ocurrencias. Está empeñada de que no le dejamos hacer
cosas que “ella cree” que puede hacer. Ahora está como los niños, culo veo,
culo quiero, y ha visto paseando por la avenida a personas que llevan esa silla
de ruedas que es eléctrica, que tienen que manejarla ellos mismos, pues ahora
quiere una. ¡Pero si no ha conducido en su vida! Y ya no sabe ni contestar al teléfono,
pregunta cada vez que llaman: ¿Dónde aprieto, en el verde o en el otro? Y para
colgarlo, lo mismo, ya hasta una simple llamada, muchas veces, le cuesta
muchísimo, pero ella, empeñada en que quiere un coche de esos, que es barato y
ella como es mayor, se lo dejan a mitad de precio. Esto ya no va con paciencia,
ya no sé ni con qué va. Pero es tan frágil, parece como si cada día menguara un
poquito, me da mucha penita, pero bueno, está aquí, y si es sin sufrir, espero
que siga por tiempo.
Ana Chaceta