Parece que las aguas vuelven a su cauce, siempre teniendo en cuenta que es
un rio turbulento. No cabe duda que el tiempo es un fiel aliado cuando uno
quiere ver resultados positivos a largo plazo; se va creando una costumbre
cotidiana, nos vamos conociendo la una a la otra y me voy acostumbrando -aunque
cuesta mucho- a soportar la imposición de una “extraña” en mi casa, aunque se
llame “madre”. Tengo que decir que la quiero con muchísima ternura y que me
nace el darle ese cariño y mimo que necesita, lo hago con muchísimo amor y es
por ello por lo que creo que no la puedo juzgar -aunque a veces se me escape,
en forma de crítica algunas de las muchas cosas que recuerdo-, pero no la debo
juzgar, porque si me tuvieran que juzgar mis hijos a mí, seguramente que
algunas -o muchas- cosas de las que hice, no le gustaron.
Esta situación de cuidadora lo que me está enseñando es algo muy triste, el
deterioro del ser humano día tras día, porque, aunque yo misma y a cada uno de
nosotros le pasa, no se ve a modo galopante como se puede apreciar en una
persona tan longeva. Pero también es una lección de vida como hija, me doy cuenta
lo importante que es el cariño y el lazo de unión familiar, el que esté bien
atado y bien alimentado de amor, porque, en definitiva, tras toda esa carga de
responsabilidad, de sacrificio y dedicación, tiene que haber un pilar fuerte de
amor incondicional, que será lo que la sostenga.
Dejemos pues que ande el tiempo, que camine lento para poder compartir con
mi madre el que nos quede a cada una.